Columna de Daniel Carrasco

La “Última Chupá del Mate”

Columna de Daniel Carrasco

Desde muy pequeño vengo escuchando comentarios peyorativos hacia el pueblo mapuche. Por lo general, se referían a ellos como “flojos”, “borrachos”, “cochinos”. Un sinfín de epítetos, que sólo lograban desdeñar a estos seres humanos.

Todo eso, se contrastaba con lo que leía en los libros de Historia y Geografía del colegio. En sus páginas figuras como Lautaro, Caupolicán, Galvarino (el que siguió luchando pese a que le cortaron las manos), se transformaron en personajes que marcaron hitos en los devenires de nuestro país. Líderes que, con un marcado espíritu indomable, fueron guías de un pueblo que no quiso entregar la dignidad frente a sus invasores.

Me refiero de esa manera ya que tal convicción es digna de anales -como lo fue el libro de Alonso de Ercilla: La Araucana-. De cierta forma, el temple mapuche merece de toda admiración, ya que han mantenido a través de los años, una dignidad inigualable, pese a que se les ha tratado de pisotear en escalas escandalosas.

Yo, no salto!

Ahora, en medio de un sistema que deja en el olvido ideales quijotescos, y que se inunda día a día en exitismos materiales, vuelve a visualizarse el arribismo y la falsa idea de “High Society “. La misma que fue determinada por mentes que creían que cierto tipo de personas estaba por sobre otras.

¿Qué pasó en Curacautín? Pregunto esto ya que todos los chilenos tenemos entre un 40% y un 60% de nuestro material genético herencia mapuche. “El que no salta…es Mapuche” … Así decían los “amigos” que llegaron al municipio de dicha comuna, para funar la toma pacífica que habían hecho comuneros mapuches. En señal de apoyo a quienes llevan ya casi 100 días de ayuno, en diferentes recintos penitenciarios del país.

Pero la idea no es hacer un compendio de los hechos, que cualquiera de nosotros puede buscar o “googlear”, para obtener dicha información. Aquí la idea es reflexionar acerca de nosotros mismos. De entender cuáles son nuestras raíces, nos guste o no – o justifiquemos que nuestros abuelos eran colonos alemanes-. Nacimos en esta tierra, por ende, somos herederos de sus tradiciones.

En días donde la tecnología “nos conecta de manera casi instantánea, con personas de diferentes lugares del globo”. Donde la “globalización y la interculturalidad” se aplana de likes por Instagram. Hemos perdido todo rastro de quienes somos. Nos olvidamos de reconocer donde pertenecemos y vincularnos con quienes nos rodean.

Nos acostumbramos a usufructuar del otro, del sistema, de la naturaleza, creyendo que nos pertenece.

Muy por el contrario, el Mapuche sabe que es de esta tierra, que forma parte de ella y que el mismo es fruto de la naturaleza, por eso vive o intenta vivir en armonía; cosa que ha sido traspasado de generación tras generación.

Nuestra falta de identidad

A diferencia de ellos, somos un pueblo sin identidad, que se mimetiza con algún aspecto conveniente y divertido de la vida, desechando nuestras raíces y creyéndonos más que un pueblo que ha luchado por siglos, manteniendo altivo el vigor de su dignidad.

Somos un país racista, hay que reconocerlo. Creemos que, por llevar apellido extranjero, somos la “última chupaa del mate”, admirando a otros como modelos a seguir, porque se nos ha dicho que eso es así.

Hay que entender que seamos negros, rojos, amarillos o azules, eso sólo es una condición fisiológica, que fue determinada por procesos adaptivos geográficos y o alimentarios. Que estamos hechos de lo mismo, que sólo somos una experiencia de vida que perdura en un tiempo determinado.

Entonces… Para qué tanto odio? si el que está a mi lado es parte de mí también.