La puerta abierta a la ultraderecha

El proyecto que llegó a La Moneda prometiendo transformaciones profundas terminó, con el paso del tiempo, administrando sin pudor el mismo modelo que decía querer superar. La moderación permanente, el temor a incomodar a los poderes económicos y la obsesión por el consenso vaciaron de contenido político a un gobierno que nació al calor de la movilización social y de una esperanza colectiva largamente postergada.

En el plano internacional, el balance es igualmente desolador, una vergonzosa subordinación a la agenda de la OTAN, EEUU y Occidente, acompañado de un silencio cómplice frente al permanente asedio militar y político en el Caribe. A ello se suma la incapacidad del Presidente Boric para asumir una posición clara en defensa de la soberanía regional, incluso cuando permanentemente se ataca un líder latinoamericano como Gustavo Petro, que ha enfrentado presiones externas de EEUU por impulsar un proyecto político propio, autónomo y de izquierda.

Cuando un gobierno renuncia a responder a las demandas estructurales de las grandes mayorías como pensiones dignas, salud pública robusta, vivienda, seguridad social y derechos laborales, se abre inevitablemente un espacio que la derecha dura sabe ocupar con eficacia. No con soluciones reales, sino con discursos autoritarios, simplistas y cargados de resentimiento social. Lo más relevante de este gobierno fue, sin duda, la expropiación de los terrenos de la megatoma de San Antonio, una decisión que puede considerarse la acción más significativa de toda la administración. Sin embargo, no fue el resultado de una convicción política profunda del Ejecutivo, sino producto directo de la presión sostenida de las y los pobladores, de la organización territorial y de la movilización social a lo largo del país. Fue el pueblo organizado el que obligó al Estado a actuar, empujando al gobierno a tomar una decisión que, de otro modo, difícilmente habría adoptado.

La desconexión permanente entre el Ejecutivo y el mundo popular se profundizó a medida que el gobierno se rodeó de operadores de la clase política, tecnócratas y figuras más preocupadas de sostener equilibrios internos que de empujar cambios reales. El resultado ha sido una administración ensimismada, incapaz de leer el malestar persistente que atraviesa a amplios sectores de la sociedad chilena.

En política, los vacíos no existen. Cuando la izquierda institucional renuncia a disputar el sentido común, cuando abandona la pedagogía política y la confrontación democrática con el poder económico, ese espacio es rápidamente colonizado por la ultraderecha. Así se explica el reposicionamiento de figuras como José Antonio Kast, cuyo proyecto autoritario y antipopular se alimenta del desencanto y la frustración acumulada.

La historia reciente demuestra que las medias tintas no contienen a la ultraderecha, la fortalecen. Gobernar sin convicción transformadora no neutraliza a los sectores reaccionarios, sino que los legitima como alternativa ante una ciudadanía cansada de promesas incumplidas.

Chile enfrenta hoy un escenario complejo, donde el retroceso no es una amenaza abstracta, sino una posibilidad concreta. La responsabilidad política de este momento no puede eludirse. La ultraderecha no llega sola, se le abre la puerta cuando quienes gobiernan deciden no cumplir el mandato popular que los llevó al poder.